Aeon miraba a todos los presentes en la sala moviendo de forma nerviosa sus ojos amarillos en todas las direcciones posibles.
Aquel día se celebraría el juicio que lo podía condenar a vivir el resto de su existencia en uno de los tantos Centros de Rehabilitación para el Trabajo que había a lo largo de la galaxia.
El abogado que llevaba la defensa de su caso apenas podía hacer o decir algo ante los argumentos y hechos que presentaba la parte contraria acerca del caso.
—Resulta que el acusado aquí presente, un alienígena originario de Venus que ha dicho responder al nombre civil de Aeon, fue descubierto hace unos meses tratando de implantar bombas de tiempo muy cerca de una respetable comunidad de humanos establecida en Venus. El hecho de que la bomba haya fallado y apenas hubieran casos de fallecidos no lo exime de su responsabilidad, señores del jurado.
El público se quedó atónito ya que, debido al aspecto escuálido y apenas humanoide del venusino con su pálida piel gris, era muy difícil imaginarlo ejecutando un plan tan violento como ese. No obstante, la evidencia era contundente. La gente se horrorizó al pensar que un ser como ese se atreviera a pensar siquiera en herir a los miembros de una colonia que llevaba tanto tiempo establecida.
¿Quién se creía que era?
Aeon aún recordaba de forma vivida los momentos previos al atentado. Sus compañeros y el líder de la organización en pro de la independencia de Venus le aseguraron que al hacer estallar la bomba, lograrían atraer la atención de los medios en los cuales sería más fácil exponer la nobleza de su causa. Para los venusinos era más que evidente que los humanos no tenían derecho de haberse apropiado de la tierra que por generaciones les había pertenecido.
¿Acaso en su momento no habían llegado en son de paz pidiendo un refugio temporal ante la pérdida de su propio planeta? Ya había pasado demasiado tiempo desde el día en que sus naves habían llegado a la superficie de Venus.
Aunque no había servido de nada decirle aquello a las autoridades que lo descubrieron unos segundos después de activar el dispositivo de la bomba. Antes incluso de que su boca pudiera expresar cualquier clase de sonido, ya había sido inmovilizado en el piso, con el rostro aplastado entre el suelo rugoso y las toscas manos de un oficial.
Y ahora, mientras recordaba todo esto el juicio ya había concluido, teniendo como resultado su condena a cadena perpetua en uno de los Centros de Rehabilitación para el Trabajo más lejanos del universo, en uno de los planetas más fríos.
Mientras el venusino era conducido por el pasillo de la corte hasta el lugar donde se hallaba estacionado el transporte que lo conduciría hasta el lugar donde debería cumplir su condena, los humanos que formaban parte del jurado no podían sentirse más satisfechos.
¿Quién se creía ese alienígena para tratar de destruir el hogar que se habían ganado a pulso?
Era cierto que, en su momento, el jefe de la colonia había tenido que sobornar a los altos cargos de Venus para que los dejaran quedarse por más tiempo, pero aún así solamente estaban defendiendo su derecho como colonizadores.
El primer juicio de la era Hurt ya había terminado.
Karla Hernández Jiménez
Nacida en Veracruz, Ver, México. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas y fanzines nacionales e internacionales, como Página Salmón, Nosotras las wiccas, Los no letrados, Caracola Magazine, Terasa Magazin, Perro negro de la calle, Necroscriptum, El gato descalzo, El cama- león, Poetómanos, Espejo Humeante, Teoría Ómicron, Revista Axioma, Melancolía desenchufada, Especulativas, Lunáticas MX, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa. Actualmente es directora de la revista Cósmica Fanzine.
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