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Iván Cantú Mendieta

EL regalo


Puede decirse que tuve una niñez extraña, más allá de venir de un ejido pequeño del que solo los que crecimos ahí sabemos cómo se llama. Hacía mucho que no iba.


Recuerdo que una tarde estaba sentada en un columpio que se sujetaba de un árbol grade, en medio del patio del terreno donde vivía con mi abuela.


Yo era muy pequeña y apenas recuerdo que alguien se acercó, se trataba de un hombre adulto, realmente primero vi su sombra flaca acercándose a donde yo estaba, cuando levanté la vista, el sol me encandilaba, no lo podía ver bien, tal vez por eso el recuerdo parezca más lejano. Se acercó, me llamó por mi nombre y me dijo que fuera al monte a buscar una flor blanca, que era cumpleaños de mi abuela y que a ella le gustaban mucho las flores, su voz era pausada, como si estuviera triste. Le hice caso. También recuerdo que me dijo que no le dijera a nadie, que era una sorpresa para mi abuelita.


Cuando regresé, ya no estaba el columpio, solo la tabla tirada en el suelo; yo había encontrado la flor. No recuerdo si esa vez se la di a mi abuela, lo que sí, es que al otro día el columpio ya estaba amarrado. Normal. Ese día llovió mucho.


Luego vino la época cuando mi abuela no me dejaba salir de casa, crecí dentro de aquella casita de madera, viendo el columpio por la ventana, pensando si aquella ocasión había sido un sueño.


Otra ocasión, ya a punto de caer la tarde, no aguanté las ganas y salí al patio, fui directo al columpio, el sol ya se estaba escondiendo atrás del cerro. Ahora sí recuerdo mejor que detrás de mí, escuche esa voz, me decía que fuera al monte, por una flor blanca, para el cumpleaños de mi abuela. A esa edad, ya sabía lo que significaban los cumpleaños, aunque no me dijo que no le dijera a nadie, fui a buscar la flor. Esa noche, mi abuela se puso muy contenta, aunque me regañó por haberme salido de la casa, sin permiso. Esa noche llovió mucho, recuerdo que le pregunté a mi abuela por mis papás, me dijo que cuando fuera grande, iba a saber la historia, que por lo pronto, pensara que estaban de viaje.


Esa escena del hombre extraño se repitió dos veces más, creo que en ocasiones, ya de adolescente, iba al columpio y esperaba que viniera el señor, en ese tiempo ya me daban ganas de preguntarle cosas. Nunca más lo volví a ver, o mejor dicho, escuchar. Nunca pude entender quien quitaba el columpio en la noche y lo volvía a colgar en la mañana.


Ayer cumplí dieciocho años, fui a visitar a mi abuela, le llevé un ramo de flores blancas que compré afuera de la catedral, le dio mucho gusto verme. Fue cuando me dijo que ya era hora de saber la historia de mis papás:


“Tu papá y tu mamá se enamoraron muy jóvenes, decidieron ir a vivir al campo, cuando tú acababas de nacer, eran épocas muy peligrosas, por más que les advertí, ellos tomaron su destino. Al ver que les iba bien, una pandilla de bandoleros amenazó a tu padre, que si no les entregaba el terreno, les iba a ir mal. Tu papá no hizo caso. Un día tu madre desapareció, tu papá la buscó día y noche, hasta que la encontró en el monte, muerta. Le habían hecho cosas muy feas. Enfermó de rabia y tristeza a la vez. No paraba de llorar culpándose y maldiciendo a los culpables. Tú eras muy pequeña cuando

me dijo que se iba de viaje y te dejó encargada conmigo. Nunca volvió. También lo encontraron el monte. Muerto. Es muy probable que esos desgraciados maleantes, que todos sabíamos quienes eran, tuvieran un ataque de arrepentimiento o Dios tiene extrañas maneras de hacer justicia. Uno a uno los fueron encontrando a los infames, colgados en el mismo lugar donde encontraron a tus padres; sí, colgados.


Hoy me traes flores, otra vez, yo te regalo la historia que te debía.


Hay gente mala en el mundo, hija, hay que andar con cuidado.”


Nunca vi tristeza en la cara de mi abuela. De alguna manera las dos sabemos, ahora, porqué el columpio desaparecía en la noche y regresaba en la mañana.


 

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