Hace tiempo, en un pueblito rural eran populares las peleas de gallos. En ese lugar el más famoso era El Patiño, un gallo bien entrenado quien ganaba sin problemas todas las batallas, gracias a su tenacidad y las navajas artesanales que su dueño, don Vicente, había hecho especialmente para él.
Las navajas eran de muy buena calidad, no se desgastaban sin importar el número de gallos a quienes hería en las constantes peleas. Su fama se extendía por las pequeñas galleras destinadas a ésta actividad. Hombres y mujeres apostaban por su victoria, sin ser decepcionados. De varios pueblos aledaños acudían retadores para arrebatarle el título de campeón, jamás lo lograron.
Cuando El Patiño entraba a la gallera inflando su pecho y hacia lucir su hermoso plumaje rojizo, el público estallaba en gritos y aplausos de júbilo. Pese a todo, el ave no era feliz. Le era desagradable lastimar a sus congénere, pero su vida dependía de ello. Estos combates sólo eran motivo de diversión para los humanos a quienes no les importaban sus sentimientos.
Quería dejar las peleas. Su sueño era vivir en un gallinero con un centenar de gallinas. Las atendería con amor y defendería con su vida. Su dueño no lo liberaría, lo sabía. El gallo le tenía aprecio a don Vicente porque lo salvó de terminar hecho caldo y le brindó diversos cuidados. Le hacía ganar bastante dinero con los encuentros, y consideraba ya había saldado su deuda. Decidió escapar. No sabía cómo. Estaría atento a cualquier oportunidad.
Una tarde después de una batalla don Vicente ganó mucho dinero y parrandeó hasta la madrugada. Llegó a su casa, encerró al animal en su jaula y cayó dormido por el cansancio, sin darse cuenta que le había dejado las navajas.
Mientras su amo dormía, El Patiño serruchó la jaula de madera, poco a poco logró hacer una abertura, esta resultó demasiada estrecha para pasar. Pensó qué hacer, estaba tan cerca de escapar. Entonces se dio cuenta: ¡Sus plumas le estorbaban!
Dudó varios minutos sobre qué hacer. No era una decisión fácil, porque era un gallo orgulloso de su porte. Además, en su naturaleza las plumas lo protegen de las inclemencias del tiempo, las usa para intimidar a sus oponentes y lo hacen atractivo para las gallinas.
Quería salir de ahí. Lo entendió, no tenía otra opción más que desprenderse de su bello plumaje. Se quitó una a una sus plumas. El dolor era tremendo pero sus ansias de libertad eran más fuertes. Al terminar parecía como si lo hubieran aliñado. No se preocupó por eso, pasó a través de la rendija y echó a correr a la luz de la luna.
Al día siguiente, cuando don Vicente revisó la jaula dio un grito de sorpresa al no encontrar su preciado gallo. Al ver las plumas creyó que otro animal lo había matado, luego observó la madera cortada y la falta de sangre, dándose una idea de lo ocurrido.
El Patiño de tanto caminar, llegó a una granja pobre pero limpia. Las gallinas al verlo se apiadaron de él dándole cobijo y alimento. Le contaron sobre la granja: se llamaba “Las Hortalizas”, su dueño era un anciano de nombre José.
El granjero se esmeraba en cuidar el lugar por ser su único medio de subsistencia. Eran felices, a pesar de estar en peligro porque un empresario, mediante engaños, le hizo adquirir una deuda, y se encontraba a punto de perder la granja.
En ese momento se escuchó un ruido, era don José, llegaba a dar de comer a las gallinas, le sorprendió ver un pollo aliñado, cómodamente instalado en el gallinero. Pensó en guisarlo para la cena, hasta ver las navajas en las patas. El Patiño adivinó sus pensamientos, se levantó con un porte altivo y dio muestra de sus habilidades.
El viejito no podía creer que ese pollo pellejudo era un gallo de pelea, pero las navajas y movimientos exhibidos por el animal daban a entender lo contrario. Entonces se le ocurrió una idea para salir de su atolladero.
Ese día el empresario llegó a dar un ultimátum al campesino. Como éste sabía de la pasión por las peleas de gallos del tipo, le propuso apostar la deuda contra su granja en un combate. El recaudador estaba sorprendido, buscó alguna trampa en la propuesta. Solicitó ver al contendiente y el anciano le mostró al pollo aliñado. Cuando lo vio, echó a reír preguntándole si tenía demencia senil. Don José respondió: Nada de demencia es confianza en mi gallo. Agregó también que si tenía miedo lo invitaba a pasar al gallinero y acompañar a sus gallinas.
El capitalista molesto, aceptó el trato citándolo esa misma noche en el ruedo del pueblo para enfrentarlo a su mejor gallo. Añadió que prefería la presencia de un público que atestiguara todo, no fueran a creer en el pueblo que hacía trampa, y la transacción de la granja se hiciera legalmente según la apuesta.
La noticia voló por todos los rincones del lugar. Al caer la noche la gallera estaba abarrotada. Llegaron los contendientes. El retador se llamaba El Asesino y había estado de gira por el país, por eso El Patiño no lo conocía aunque había escuchado hablar de él. La apuesta se hizo pública, todos estaban expectantes, apoyaban al pollo aliñado porque el cobrador no era una figura popular. Sentían lástima por el agricultor, consideraban imposible el triunfo de su gallo.
Inició la contienda, El Asesino arremetió contra su contrincante con violencia, si no lo esquiva lo hubiese matado. El Patiño se dio cuenta que era de cuidado. Esquivó los ataques, trató de medir a su rival. En una voltereta no tuvo tanta suerte y un picotazo lo dejó tuerto.
Mientras le escurría la sangre, El Patiño recordó lo cercano que estaba a su sueño de un gallinero. Armándose de valor se lanzó contra su contrincante. El Asesino se preparaba para la embestida. Su sorpresa fue mayúscula porque en el último momento, el aliñado saltó y le rasgó el ojo derecho. Quedó herido y aturdido.
El Patiño aprovechó esta situación para herirle el otro ojo, dejándolo ciego. El Asesino revoloteaba tratando de limpiarse la sangre, como si con eso recuperara la visión. El Patiño asestó su embestida final, fue fuerte y contundente el golpe, el rival no volvió a levantarse.
Los presentes vitorearon al vencedor, el empresario perplejo contempló a su animal tirado, apenas respiraba. Se quedó sin voz cuando el anciano le pidió el recibo de la deuda. Lo entregó y se retiró del lugar.
El anciano fue felicitado por todos sus amigos. Se celebró una fiesta en honor del Pollo Aliñado, así le apodaron de cariño al gallo. Al terminar el festejo, don José tomó a su gallo y se retiró a su granja. Las gallinas estaban felices y atendieron a su salvador con esmero.
Al día siguiente, don Vicente se presentó en la granja. Le habían contado sobre un pollo aliñado, quien había dado una paliza a un gallo de pelea. Por lo tanto, sospechó era El Patiño el responsable de tal hazaña. Se asomó a escondidas al gallinero. Vio al Pollo Aliñado sin reconocerlo, hasta ver las navajas.
En ese momento estuvo seguro de que era su gallo. Iba a reclamarlo pero al ver a las gallinas cacarear a su alrededor, mientras ensanchaba el pecho y aleteaba, se detuvo. Nunca lo había visto tan feliz.
Después de reflexionar un rato, desistió de su idea. Consideró una buena jubilación para su gallo permanecer en ese gallinero. El Patiño se lo había ganado, pensó al considerar la historia de la deuda. Se retiró a paso lento hacia su casa.
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