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Mariana López

De mí para mí



Frente a mí tenía un vaso con café, esperaba abordar ese autobús.

Y sí, aquí estoy otra vez, sola, esforzándome por mantenerme positiva ante todo. Me encontraba en la central de camiones, con un destino que ya no recuerdo, me sentía diferente, como si mi cuerpo estuviera en dos lugares a la vez.


Tomé un momento para salir de ese pensamiento y me dirigí hacia una isla que vendía café, me considero una experta en este líquido de dioses, así que debía probar esa franquicia que no había visto antes, se llamaba T Horton, me aproximé a la barra y dije al joven que atendía:


—¿Qué café me recomiendas?

—Pues, tenemos café latte con algún sabor, café mexicano, el americano, descafeinado, etc.…


Y así leyó toda la carta de café que estaba desplegada en los posters. Después de escuchar todos los nombres y no entender la diferencia entre ellos, pedí mi favorito, siempre juego a lo seguro

—Un latte caliente con leche de almendras y dos sobres de azúcar mascabado, por favor.


Después me encamine a una mesa, estaba sucia, de inmediato llegó una persona a limpiarla, le agradecí y tomé asiento. Estaba pendiente con el libro “Los deseos de Serena del escritor J R Espinoza”, entonces, comencé mi lectura para aprovechar el tiempo.


El café honestamente no fue de mi agrado; sin embargo, yo disfrutaba el momento. Cuando de repente llegó ella y se sentó en mi mesa, yo estaba tan cómoda, deleitándome con todo lo que en ese momento sucedía. Que no quería ser interrumpida.


Me habló, pero fingí no escucharla, era una anciana y me temía que me interrumpiera pidiéndome ayuda, que en ese momento no quería dar), así que ella desistió de hablarme.

A los minutos se paró frente a mí y me preguntó si estaba ocupando la silla de enfrente y fue cuando la vi. Una anciana de poco cabello, casi nada, sin embargo, los pocos que tenía los hizo en un chongo que apenas si tenía unos 30 cabellos por decir lo poco que era, todo su cráneo se miraba, delgada, aproximadamente de 1.40 metros de estatura, me llamó la atención su vestimenta porque casi andábamos iguales, pero de diferentes colores.


No pude evitar preguntarle


—¿Viaja sola?


Algo en ella me parecía cercano, la anciana sonrió y me respondió


—Sí, por una situación tuve que viajar sola.


Me impresionó porque traía una maleta grande, por la edad que yo le calculaba era demasiado peso para ella, observé también que tomaba un café igual que el mío y traía una mochila igual que yo. No podía dejar de observar y la incomodé al grado que se fue de mi mesa, me quedé con una pregunta en mi mente que no sé porque, sentía la necesidad de hacerla.


—¿Es usted amada? ¿Está usted soltera o casada?


Me quedé pensando un tiempo en ella. Me paré y fui por donde se había encaminado, yo le pregunté a dónde iba. Así que me apresuré para ir tras ella. Ya sin creer que la volvería a ver me salió al encuentro, y me dijo:


—¿Sabes quién soy?

—Creo saber, –le dije. ¿A qué vienes?

—A platicar contigo. Para decirte que no te preocupes tanto, que no evites equivocarte, que sigas lo que te hace feliz, aunque sepas que te dolerá al final. Usa esa ropa que tienes guardada para una ocasión especial, úsala a diario, lo único que tienes es tu vida diaria. Y que tú, eres el ser más importante que debes tener a tu lado.


Aún no terminaba de hablar cuando la interrumpí,


—Tengo muchas preguntas que hacerte, tantas cosas que quiero saber.

—No te voy a responder– me dijo


Sonrió de una manera que yo sabía perfectamente lo que significaba y también ella conocía la pregunta que le haría, a lo que me dijo


—Sólo debes saber que te volverá loca de felicidad y te hará sentir un dolor que creerás que morirás, pensarás en él aun estando con él. Todos te dirán que es un error. Los días extraños suelen ser los más interesantes. Tu presente, mi presente es el resultado de las decisiones de nuestro pasado. Recuerda que todos los días convives con la maldad.


Eran tantas frases que no me decían nada de momento, pero me llamaba la atención el ver que tenía esa edad y seguía viajando sola. Así que le pregunte,


—¿Por qué sigues viajando y nadie está acompañándote?

—En la siguiente ocasión te lo diré, por el momento no es relevante esa información. –Me dijo.

—¿Tengo una familia?


Su semblante cambió, su mirada se quedó por un momento distante y triste, no respondió. Me quedé en silencio tratando de pensar porque se puso así, sabía que no me contestaría, tenía que averiguar de alguna manera, yo siempre dejo archivado los eventos principales en algún cuaderno o agenda, así que sólo tenía que esperar que me descuidara y poder ver en la mochila algún papel, una nota, el celular, algo y obtendría mi respuesta.


—Recuerda que todo lo que estás pensando en hacer, ya lo hice, así que es inútil cualquier intento por averiguar algo. Esta vez fui cuidadosa – me dijo


Escuché bien, mencionó esta vez, significa que no es la primera vez que nos vemos, entonces ¿por qué

repetir el encuentro?


En ese tiempo yo estaba tomando decisiones que para mí eran difíciles, nunca había tomado las riendas de mi vida por miedo a estar sola, pero, esperen, siempre he estado sola. Qué más da, sigamos.


Pasó un tiempo y aquel evento casi se había borrado de mi mente, cuando la volví a ver, esta vez se miraba diferente, ya no tenía aquel aire de tristeza.


—¿Qué haces aquí? – le dije

—Hace unos días tomaste la decisión más importante de nuestra vida, sé que tienes dudas, yo no podía decirte lo que tenías que hacer, tú deberías llegar a la conclusión. Pasó lo complicado, ahora viene lo difícil. Debes permanecer firme, sólo recuerda estas palabras: “vales mucho”. –Me dijo y se fue.


Algo dentro de mí me hizo saber que sería la última vez que me miraría.


En verdad, era algo que necesitaba escuchar. En ese momento estaba nuevamente sumida en una encrucijada, me sentía sola y acorralada, no podía ver un escenario en el cual las cosas salieran bien para mí. Esas palabras tocaron tan fuerte en mi mente, de sentir que no tenía ningún valor pase a sentirme fuerte y poderosa. Me llamaron, era mi turno.


Entré y por primera vez, escuche el sonido más hermoso que jamás han vuelto a escuchar mis oídos, un sonido que cada vez que se oía mi cuerpo se llenaba de una fuerza indescriptible. Y ahí en ese momento dejé de sentirme sola, por primera vez en mi vida me sentí amada y llena de posibilidades, no lloré, al revés, sonreí, sintiéndome el ser humano más privilegiado del universo.


En ese momento me pregunta el Doctor:

—Se que es muy pronto aún no se sabe que es, pero ¿ya pensó en algún nombre?


Respondí inmediatamente:

—Ulises, se llamará, Ulises.

 

Mariana López Rodríguez


Escritora e Ingeniera Industrial, Mexicana nacida en el estado de Veracruz un 30 de diciembre.

Asiste a Grupo Alquimia de Palabras, alumna del Escritor J R Spinoza. Ha participado en

actividades de Fóbica Fest, Buenos Relatos, El Guardatextos, Herederos del Kaos, delatripa y el

Narratorio. Aficionada a las letras y lo que puede transmitir a través de ellas.





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