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Maximilian Jecklin

Bach para África


Una nueva víctima apareció a orillas del río. Las horribles mutilaciones indicaban que era obra del mismo asesino. Ya con este iban varias muertes en pocas lunas.

Shaká, el jefe del clan, observó con tristeza el cuerpo. A un lado, en silencio, varios lamentaban su muerte. Como era la costumbre, se acercó y topó su frente con la de cada uno, al tiempo que exhaló un leve suspiro.

Al apartarse, fue abordado por varios del grupo; era urgente hacer algo para detener aquellas matanzas. De pronto, una extraña sensación flotó en el aire. Las garzas alzaron el vuelo. Las cigarras callaron y de entre la espesura de la selva salieron nuevamente aquellos extraños ruidos. Era como si cientos de monos que no eran monos aullaran en sincrónica armonía.

Shaká y el resto también callaron temerosos. Sabían que desde que aparecieron aquellos ruidos, habían aparecido también los muertos. Apenas regresó el silencio, decidieron que era necesario convocar a una reunión con el Rey Barack.

El barón Van den Broeck despertó con jaqueca, la noche anterior habían bebido demasiado atendiendo la visita de los emisarios del rey Leopoldo II, quienes habían llegado a revisar las valiosas mercancías que serían despachadas a Bélgica.

Salió de su tienda y se encontró a un joven que traía una bandeja con café y el periódico. Un tropiezo del sirviente hizo que un par de gotas de café mancharan el diario. Aquel desafortunado accidente bastó para que Van den Broeck lanzara dos fuetazos sobre el rostro del criado, al tiempo que gritaba furioso: «¡Maldito negro, quítate de mi camino, estos inmundos macacos no sirven para nada!». De una patada apartó al asustado muchacho y luego se dirigió al almacén donde acumulaban las mercancías. Ahí volvió a chillar: «¡Aire, aire, venga soplen con fuerza holgazanes!».

De inmediato, dos jóvenes se dirigieron presurosos a un costado de la austera construcción y comenzaron a accionar un enorme fuelle que alimentaba de aire a un órgano de tubos. El extraño instrumento estaba instalado en medio de aquella habitación. El barón acercó una silla, respiró profundo con el fin de recuperar la calma, cerró los ojos y comenzó a interpretar la Tocata y Fuga en re menor de Juan Sebastián Bach. En ese instante todo se detuvo, la selva completa hizo silencio llenándose de aquella maravillosa música. Cuando esto ocurría, todos en el campamento quedaban maravillados; varios se preguntaban cómo alguien tan cruel era a su vez capaz de tanta belleza.

Un claro de la jungla fue el lugar elegido para la reunión. Poco a poco, fueron haciendo presencia todos los representantes de las criaturas de la selva. Quienes iban llegando, expresaban de inmediato su tristeza por los recientes sucesos.

La aparición de varios guerreros invitó al silencio. Segundos después hizo su entrada el rey Barack. Shaká se inclinó respetuoso: «Querido rey, como ya has de saber, muchos hemos sufrido dolorosas pérdidas desde que apareció el demonio del ruido. Nada lo detiene, con crueldad va arrasando con todo a su paso. Yo, en nombre de los míos y del resto, reclamo justicia». Barack lo miró algunos instantes en silencio, sintió el gran dolor e indignación de su súbdito. «Tienes mucha razón, Shaká, ya hemos tenido demasiada paciencia. Envíen recado a toda la selva, en dos lunas lo atraparemos y tendrás tu justicia».

Van den Broeck había pasado los últimos días bebiendo y vagando por el campamento. Se le veía de buen humor, o al menos no estuvo maltratando a los sirvientes como era su costumbre. Incluso varios de ellos pensaron que algún buen espíritu se había adueñado del alma del patrón, y que por fin llegarían días de calma. Pero no, él solo se preparaba. Ya había escogido a su siguiente víctima, la había observado con ansias, conocía sus rutinas, sus hábitos, y sólo esperaba el momento oportuno. Mientras tanto, alistaba con esmero sus armas.

Al caer la noche, se levantó borracho, tambaleante de la silla donde bebía. Se dirigió al depósito y con aguardientosa voz gritó: «¡Venga, holgazanes, aire, vengan a soplar!». De nuevo Bach sonó con vigor en la selva. A pesar de su embriaguez la interpretación era magistral.

De pronto, sucedió algo extraño: las notas comenzaron a perder fuerza, el órgano se ahogaba. Por más gritos que el barón dio, ya no obtuvo respuesta; todos en el campamento lo habían abandonado.

Así, completamente solo, permaneció sentado varios minutos, escuchando como la selva le respondía con brío, recuperando así su voz. Un rumor le indicó una presencia, lentamente volteó y ahí estaba el Rey Barack y sus guerreros.

«¡Que visita tan majestuosa!», dijo para sí mismo con ironía. Con un rápido movimiento desenfundó el revolver haciendo dos disparos.

Pasaron algunos momentos de incertidumbre antes de que Barack rugiera con fuerza: «¡Shaká, pasa y haz justicia!».

Shaká escuchó claramente, pero en ese instante sintió demasiada duda: no sabía si realmente sería capaz de cumplir su venganza. Aquello iba en contra de la amable naturaleza de su clan. Se acercó con tímida lentitud a la entrada y empujó la puerta. Lentamente fue apareciendo en el almacén la enorme silueta de un elefante. Mientras avanzaba por el recinto miró con angustia a ambos lados. Ahí se acumulaban gran cantidad de pieles de otras criaturas. En su mente vivió la agonía y el miedo de cada uno de ellos, a cada paso su furia iba en aumento.

Al fondo lo esperaba Barack, rey de la selva, con su frondosa melena dorada. Él mismo, junto a varios leones más, sujetaban con firmeza a un hombre contra el suelo.

Faltando pocos pasos para su encuentro, en una esquina, Shaká miró la caja repleta con todos los colmillos de marfil de sus hermanos.

En ese instante supo que sí era capaz de vengarse.


 

Maximilian Jecklin

Nacido en Caracas el 1 de noviembre de 1967.


Egresado del Instituto Superior de Mercadotecnia (I.S.U.M.), con el título de Administrador mención mercadeo y publicidad.

Gran aficionado a la música clásica al, rock progresivo y a cuanta expresión musical extraña se encuentre en el camino, así como ávido lector de novelas especialmente el género histórico.

Solo a partir de la obligada pausa pandémica comenzó la inquietud de escribir. Desde entonces y hasta la fecha ha participado en tres talleres de escritura creativa y crónica a cargo de Fedosy Santaella y más recientemente un Taller de Microficción a cargo de Beatriz García.

Radicado desde el 2011 y hasta la fecha en la ciudad de Querétaro México.

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